¡Buenos días, {nombre}!
¿Alguna vez te has comido una naranja tan buena que casi lloras, y luego has probado la misma variedad en otro sitio y has pensado: “esto no tiene nada que ver”?
Pues no estás loco ni te han timado. Esa misma variedad puede ser gloria bendita en una parcela y un completo desastre cuatro kilómetros más allá. Hoy vengo a contarte por qué.
Cuando los agricultores decidimos plantar una variedad nueva, no es como cambiar de champú. Es más parecido a comprarte un tractor de segunda mano que, aunque lo hayas revisado de arriba abajo, no sabes si va a rendir bien hasta que lo metes en faena.
Y entonces vienen los charcos, las cuestas, la tierra dura… y ahí es cuando ves si acertaste o te toca empujar.
Primero, el suelo. No hay dos iguales. Algunos son arenosos, otros tiran a barro, otros son una especie de piedra triturada con aspiraciones a tierra. Hay suelos con buen drenaje donde las raíces viven como en un spa, y otros que se encharcan y acaban asfixiando la planta.
También influye el pH, la salinidad, la materia orgánica, e incluso qué bichitos viven abajo. Como ves, hacer crecer buena fruta es un proceso complejo...
Luego está el pie, también llamado "portainjerto". Esto es lo que va debajo del injerto, la parte del árbol que va al suelo, la que tiene que lidiar con el barro, los hongos, la sequía, las piedras, las bacterias y todo lo que no sale en las fotos.
Y dependiendo de qué pie uses, la variedad que pongas encima puede ser alta, baja, fuerte, caprichosa o directamente no hablarte.
Te pongo un ejemplo real: aquí en Valencia hay agricultores que pusieron una variedad de aguacate “Hass” sobre un patrón mexicano en una ladera soleada y sacaron producción de libro.
El vecino, que usó esa misma variedad pero injertada en un patrón distinto y en un bajo con más humedad, tuvo que replantar al tercer año. Y eso que estaban separados por menos de diez minutos en bici.
Por eso, cada vez que probamos una variedad nueva, lo hacemos con un ojo en la planta, otro en el cielo, y otro en la cuenta corriente. (Sí, ya sabes que los agricultores desarrollamos superpoderes con el tiempo.)
No basta con que una variedad sea buena en general; tiene que ser buena aquí, en esta tierra, con este clima, este pie y esta paciencia.
Solo así sabemos que lo que estamos cosechando y enviando a nuestros clientes tiene verdadera calidad:
Hay investigaciones, por supuesto. Los centros agrícolas hacen ensayos con distintas combinaciones en varias zonas, pero nada sustituye al ensayo real en tu propio campo. Nosotros, por ejemplo, solemos probar las variedades nuevas en una pequeña parcela antes de lanzarnos de lleno.
Es como hacerle una entrevista de trabajo a un árbol, con evaluación de rendimiento, actitud frente a la vida y tolerancia al estrés (del árbol... y del agricultor).
Y aunque tengas todo bien atado, nunca sabes cómo va a responder una variedad hasta que pasan los años. Porque el clima cambia, el suelo también, y lo que hoy es una apuesta segura, mañana puede ser ruleta rusa.
Es un proceso de prueba y error constante. Un poco como cocinar sin receta, pero en lugar de arruinar la cena, arruinas tres hectáreas.
¿Entonces por qué lo hacemos? Porque cuando acertamos, cuando das con la combinación ideal de variedad, patrón y tierra, el resultado es espectacular. De esas frutas que dan gusto mirar, coger y morder.
Y como buenos tozudos de campo que somos, nos encanta buscar esas joyas escondidas en la tierra, como si fuese un tesoro.
Así que ya sabes, cada vez que pruebes una fruta que te parece de otro mundo, detrás hay años de pruebas, errores, árboles que no tiran, parcelas que se encharcan, y agricultores que insisten.
Porque como decimos por aquí, “cada tierra tiene su fruta, y cada fruta su historia”.
Un fuerte abrazo desde el campo,
Hasta la semana que viene,