¡Buenos días!
Te confieso algo: no soy precisamente fan del calor. Imagina que, además, en este trabajo el sol pega fuerte durante horas… Y uno acaba rojo como un tomate.
Pero vamos, que lo que toca, toca. Con sol o sin sol, seguimos cosechando. Ahora mismo estamos comenzando a cosechar melocotones...
Te he contado que pruebo antes los productos... Bueno, en este caso ¿Cuenta como prueba si los que probé fueron cinco melocotones? ¡Es que están buenísimos! Eso sí, aprovecha porque son de cosecha limitada.
También tenemos tomates valencianos recién salidos de mi huerta y naranjas (aunque cada vez quedan menos). También han llegado otras joyitas de temporada: berenjenas rayadas, cerezas de montaña…
Justamente, el otro día estuve charlando con Alexander, uno de los agricultores de cerezas. Y lo que me contó me dejó pensando.
En el campo hay cosas que no cambian… y otras que parecen nuevas, pero en realidad son antiguas. Lo curioso es que muchas de las “novedades” son cosas que hacían nuestros abuelos.
Muchos agricultores de nuestra red cultivan tal como lo hacían sus padres o abuelos. Vicent, con sus patatas vivaldi. Clara, con sus calabacines. Todos con algo en común: el respeto por el ritmo natural de la tierra.
Volviendo al tema, Alexander me contaba que hace años tomó una decisión poco común. Dejó de labrar la tierra en sus campos de cerezas.
(Labrar, es remover el suelo donde están nuestros cultivos, una práctica común aquí en el campo).
En fin, dijo adiós al tractor y al arado y apostó por algo que entonces muchos tildaron de locura. Hoy, dice que fue de las mejores decisiones que ha tomado.
En lugar de arar, mantiene cubiertas vegetales vivas: tréboles, veza, hierbas que no se cultivan para cosechar, sino para cuidar el suelo 🌱.
Nosotros hacemos algo parecido en los naranjos: dejamos crecer algunas de esas “malas hierbas” (que tan malas no son) porque ayudan más de lo que molestan.
¿Y qué se consigue con eso? Mucho.
El suelo conserva su estructura. No se rompen los túneles de las lombrices ni las redes de hongos beneficiosos. La tierra respira mejor, retiene más agua y se llena de vida diminuta que alimenta a los árboles desde abajo.
Además, las leguminosas (como la veza o el trébol 🍀) tienen un superpoder: atrapan nitrógeno del aire y lo transforman en abono natural. Sin necesidad de químicos.
¿El resultado? Árboles más fuertes, menos estrés… y fruta que sabe mejor. Este año, muchas de las cerezas de Alexander salieron especialmente dulces, con un sabor más profundo.
Y créeme que desde que dejamos las "malas hierbas" bajo mis árboles de naranjas, también se ha generado una simbiosis especial.
A veces no lo pensamos, pero el sabor también nace bajo tierra.
Y no es lo único: con estas cubiertas se evita la erosión, se conserva la humedad y vuelven los insectos y pájaros beneficiosos.
Se crea un pequeño ecosistema que se cuida solo. Con paciencia, sí. Pero también con mucha inteligencia.
Eso sí, no es magia. Hay que saber cuándo cortar las hierbas, qué especies elegir, cómo manejarlas… Pero basta ver ese campo para notar que algo está funcionando.
Quería contártelo porque, al final, es una lección sencilla: a veces, lo mejor que podemos hacer es dar un paso atrás y dejar que la naturaleza haga su trabajo.
Y si tienes la suerte de probar estas cerezas que cosechamos esta semana, hazlo con calma.
No solo llevan azúcar. Llevan historia, cuidado… y una forma diferente de mirar el campo.
Hasta la semana que viene y...
¡Gracias por estar del otro lado!
Un fuerte abrazo desde el campo,