Hola, buenos días…
Te tengo una noticia: ya casi no quedan naranjas en los árboles. Con suerte, tendremos algunas semanas más, pero luego, será esperar a que el ciclo se renueve y todo comience una vez más.
Esto ocurre año tras año y es natural. Pero igual me ha llevado a querer hablarte de algo que vivimos a diario en el campo pero que rara vez se cuenta con claridad: qué pasa con las naranjas después de la cosecha. Me refiero a aquellas que no se cosechan y se envían, como las de mis campos, sino a aquellas que van a parar a las grandes superficies.
Y si alguna vez te has preguntado por qué una naranja del supermercado que lleva meses perfecta no sabe a nada... esta newsletter es para ti.
Antes de seguir, recuerda que aún sí tenemos naranjas (¡no las despidamos antes de tiempo!) y, además muchas otras frutas y verduras que continúan su temporada.
Hay calabacines, arándanos, cerezas de montaña, paraguayos y tomates valencianos, patatas y muchos productos más. Todo de primera calidad y cultivado con mucho mimo 🥰 en suelo español.
Ahora sí, volvamos a mis queridas naranjas.
La vida de una naranja 🍊 no se acaba cuando se recoge. Y dependiendo de lo que haga el agricultor (o la empresa que la recolecta), esa naranja puede acabar como una pequeña joya que te alegra el desayuno... o como una cáscara bonita que no sabe a nada. Lo cierto es que, aunque muchas veces veas una naranja con buen aspecto, su sabor ya se ha convertido en solo un recuerdo lejano de lo que fue.
Después de ser recolectada, una naranja sigue “viva”. Respira (como tú y como yo), y en ese proceso va perdiendo azúcar, aroma, vitamina C… poco a poco. Aunque la enfríes. Aunque la encierres en una cámara frigorífica a 5 °C durante semanas o incluso meses. Aunque la trates para evitar los hongos (algo que se hace mucho más de lo que crees), al final todo tiene un precio.
Se gana en conservación, claro. Se reduce el riesgo de que la fruta se estropee. Puedes tener naranjas disponibles fuera de temporada, cuando ya no queda ni una en los árboles. Pero lo que pierdes es valioso: sabor, frescura, dulzor natural, esa acidez justa que te explota en la lengua. Todo eso se va disipando con el tiempo.
Hay estudios que muestran que con solo un par de meses de almacenamiento en frío, las naranjas ya han perdido más del 40% de los compuestos volátiles responsables de su aroma. También caen los azúcares. La acidez sube, porque el fruto se va deshidratando y su estructura cambia. Por eso te pasa que pelas una naranja “perfecta” de cámara y... sabe a poco.
Y aquí es donde entra nuestra manera de hacer las cosas.
En Campos del Abuelo, no guardamos fruta en cámaras durante meses. Nuestra cosecha termina cuando no queda ni una naranja en el árbol. No alargamos la campaña artificialmente. Sabemos el sabor que tiene una naranja en su punto justo, y también sabemos lo que pierde cuando se intenta estirar su vida más de la cuenta. Por eso preferimos que te llegue recién cosechada, directamente del campo, sin tratamientos conservantes, sin pasar por semanas de espera en cámara. Natural. Como se ha hecho siempre.
Es cierto que este modelo nos obliga a parar hasta la temporada siguiente, cuando otra vez los árboles vuelvan a dar su fruto. Pero lo hacemos con la conciencia tranquila: priorizamos el sabor real. Y esa decisión, es lo que marca la diferencia entre una fruta que alimenta el cuerpo... y otra que también alimenta el alma.
Así que la próxima vez que pruebes alguna de nuestras naranjas, piensa que ese dulzor que notas, ese aroma fresco que se escapa al pelarla, no es casualidad. Es el resultado de no forzar las cosas y seguir el ritmo de la naturaleza.
Poco a poco, estamos demostrando que no hace falta elegir entre comer bien y comer con conciencia. Porque cuando las cosas se hacen con cariño, hay espacio para las dos.
Hasta la semana que viene y...
¡Gracias por estar del otro lado!
Un fuerte abrazo desde el campo